Santa María de Huerta

A 25Km de Medinaceli, a un paso de la autovía A2 y antes de salir de la provincia de Soria se encuentra el monasterio cisterciense de Santa María de Huerta. Merece la pena su visita, no tan solo por sus piedras, también por sus elaboradas mermeladas.

No se por qué, pero en la mayoría de los monasterios del Cister que he estado tengo la sensación de que sus piedras están cargadas de Historia y que si sabes escucharlas, acaban contándotela.

Suelen ser grandes edificios, por lo general sobrios, pero de una elegancia que no ha pasado de moda. Además todos suelen tener unas facturas muy similares y constantemente te hacen recordar el monasterio de tal sitio o de tal otro... y esto me ha pasado aquí.



Llama la atención que en medio de este páramo soriano apareciera una comunidad de monjes que ha permanecido allí más de 8 siglos. El responsable de esto lo tiene el Jalón, que con sus aguas riega su fértil vega y Alfonso VII de Castilla, quien autoriza a los monjes de Berdoues, en Francia, a asentarse en esta zona. Se asentaron primero en Cántabos, a unos 15Km de allí, hacia 1142, pero en 1162 se asientan definitivamente en Huerta.

Buena parte del edificio que hoy podemos contemplar se edifica entre finales del siglo XII y principos del XIII. Con patrocinio Real, del arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada y los señores de Molina de Aragón el monasterio goza de gran prosperidad. Pero en el siglo XIV, en plenas guerras de Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón y al situarse en la zona de frontera de ambos reinos hizo peligrar la pervivencia del monasterio.

Durante el siglo XV el monasterio no levanta cabeza. Una serie de abades poco diligentes y las intromisiones constantes de los duques de Medinaceli provocan una crisis en la comunidad. Y fue de tal calibre que tienen que recurrir a comendatarios externos para que pongan orden en el monasterio... estamos en 1498.

A partir de ese momento el monasterio vuelve a seguir los principios del Cister, retoma el apoyo real y con el Emperador Carlos y Felipe II se amplía el monasterio. De esta época es el precioso claustro superior renacentista.



La prosperidad del monasterio siguió durante los siglos XVI y XVII y buena parte del XVIII.

Con la guerra del francés se obliga a la comunidad monástica a abandonar sus posesiones. No se fueron todos, se quedaron un par de monjes junto con otros trabajadores del convento para mantenerlo.
Del 1820 al 23 son expulsados de nuevo, pero con la desamortización de Mendizabal en el 1835, se acaba toda una época para Santa María de Huerta.



Por fortuna, el edificio estubo bajo el cuidado de su último prior, quien como párroco del pueblo, consiguió salvarlo. Otros monasterios no tubieron esta suerte y llegaron a nuestros días en estado de ruinas.

El monasterio acabó a manos del marqués de Cerralbo y la marquesa de Villahuerta, quien la dona por testamento a la abadía cisterciense de Viaceli, en Cantabria. En 1930 se establece una nueva comunidad monástica que se salvan de la Guerra Civil porque han caído en zona “nacional”, mientras que el monasterio de Cantabria sufre la brutalidad de la guerra y son asesinados 18 de sus monjes.

En 1950 consigue su independencia hasta nuestros días, donde la comunidad intenta mantenerse abriendo al visitante su monasterio y elaborando unas deliciosas mermeladas y membrillos.  

Cuando inicié la visita no sabía nada de esto y lo que más me impactó fue su impresionante rosetón. Ya señalé que todos los monasterios del Cister se parecen y sin duda alguna me vino a la memoria el de Veruela. En la puerta hay una muy lograda maqueta del monasterio. Te permite contemplar, a vista de pájaro, el conjunto de edificios.



Entrando por la tienda del monasterio, la visita comienza en uno de los 2 claustros del monasterio, el herreriano. Fiel a su estilo, resulta frío e impersonal. Es allí donde vive la actual comunidad de monjes.

Desde allí se accede a la iglesia, de gran luminosidad, es fiel reflejo de la historia del monasterio. Las paredes son de la primera fase original del monasterio, de finales del XII y principios del XIII y el ábside y las bóvedas de su segunda fase de expansión, ya en los siglos XVII y XVIII. Todavía conserva la sala donde se velaban los monjes antes de ser enterrados.




Desde allí se sale al claustro, el cuerpo de abajo gótico y el de arriba renacentista, preciosamente adornado con bustos de reyes y santos. Quizás este claustro no luce tanto como otros ya que muchos de sus arcos se encuentran tapados o con aberturas minúsculas, y es que el frío clima soriano no invita a la construcción de claustros abiertos.




Pero sin duda alguna lo que llama más la atención es el refectorio. El antiguo comedor, que ha perdido todo su mobiliario original, pero su púlpito, de principios del siglo XIII, lo hace excepcional.



Junto a él, la cocina, con su gran chimenea central y, a su lado, el refectorio de los conversos. Destaca de esta sala los capiteles, decorado con piñas o bolas y unas decoraciones acanaladas de una sencillez y elegancia que no recuerdo haberla visto antes. Todo un grato descubrimiento.




Por último se llega a la bodega o cilla, como la llaman allí. Nos la encontramos oscuras, sin la decoración original que he visto en fotografías no muy antiguas, pero con una atmósfera que me transportaba a varios siglos atrás.



De nuevo, por el claustro herreriano, se abandona el monasterio por el mismo sitio por donde entramos... y ya que estamos, imprescindible, probar las mermeladas que producen. Yo probé las de zanahoria y manzana con limón... deliciosas. Puedes probarlas en www.losdulcesdelconvento.com .

No hay comentarios:

Publicar un comentario